Un ciego ordena una sopa de albatros en un restaurante playero, la degusta, se dirige hacia el mar y se quita la vida ahogándose en él, ¿por qué?
Ese acertijo me persigue desde que me lo propusieron adivinar. Siempre me lo imaginé en California, en las poco pacíficas playas del Pacífico. Hay algo en la imagen del restaurante y el drama escénico que precisa de esas vastas extensiones arenosas, agua furiosa y pueblos solitarios.
Hoy, día en el que finalmente conozco estos lares, el sol da la pelea por dar paso entre la bruma y las nubes. El mar con su eterna cadencia suspira y se oxigena en cada embestida contra las rocas. Usualmente estos lugares reciben miles de turistas desesperados por una foto más que probablemente nunca volverán a ver, pero no hoy. El destino quiso que haya reparaciones en la ruta 1 y que todo un tramo esté inaccesible, y nada asusta al turismo masivo más que la falta de comodidad. Hoy solo hay amor entre las algas, la espuma de las olas, los leones marinos, la arena púrpura, y los albatros.
Un hombre ciego... Me pregunto si realmente sucedió. Lo maravilloso de las fábulas es tener fe en ellas. Creerlas es fabuloso. Así y todo me suena a historia real. El juego consiste en esa parte del cuento, y luego la audiencia debe hacer preguntas que pueden ser únicamente respondidas por sí o por no hasta descifrarlo. Estando de este lado del cuento recuerdo las palabras de Kerouac: ahí me encontraba yo, descifrando anónimamente el universo. Para mí que se refería a esta actividad lúdica, y pensaba... Un hombre ciego...
¿Cómo sabrá una sopa de albatros? ¿Será salada como el agua que rodea a su protagonista toda su vida? ¿Tendrá algún secreto su cocción? Cortar vegetales en rodajas o cubos según le inspire su forma, saltear, agregar el albatro minuciosamente desplumado, deshuesado y picado, cubrir con abundante agua, sal (no tanta pues la carne ya es salada de por sí) y pimienta a gusto. Por los terruños del cono sur no tenemos la costumbre de comer sopas de aves marinas, y algo me dice que no queda bien a la parrilla. Por las dudas tampoco lo voy a averiguar.
Final trágico si los hay, replicando la muerte de Alfonsina. De haberse conocido con Jack, seguramente hubiesen sido amigues. El enigma, asimismo, no les hubiese resultado divertido. Hundirse en el mar es cualquier cosa menos gracioso.
Así que acá me encuentro, cumpliendo un sueño, deleitándome en Big Sur como planeé tantos años y pese a las reparaciones en el Bixby Bridge. El murmullo de las olas susurra no solo la solución al juego sino también la tentación, como un abismo pidiendo ser experimentado. Por eso, en honor a la amistad que hubiera sido entre grandes escritores que nunca se conocieron, buscaré un lugar para beber y les dedicaré estas palabras.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Dale, batí la justa (o la injusta):