Existe un concepto físico muy loco que es el que le da título a este texto, que trata de que todo cuerpo en este universo tiene una propiedad: si resuena a determinada frecuencia se rompe. A esa cantidad se la llama frecuencia de resonancia.
Cuando empezás a notarlo lo encontrás por todos lados. Está en este momento en ese estante de la heladera que hace ruido cuando se prende. Está en las cuerdas de la guitarra diseñadas para sonar en MiLaReSolSiMi. En los bailes, cuando tu cuerpo vibra con los bajos que encuentran la frecuencia de tu cuerpo. En las hamacas de Firmat, en el recibidor de WiFi, en los fotones que salen del átomo excitado porque alcanzaron toda la energía que se le podía dar hasta que salen despedidos en forma de luz y llegan a tus ojos color Pinot Noir.
Nikola Tesla era un obsesionado de este término. Él creía fervientemente que se le podía dar energía eléctrica a cualquier habitante de la tierra tan solo haciéndola vibrar en su frecuencia de resonancia electromagnética. Un anarquista. En sus experimentaciones, derrumbó un edificio entero haciendo golpear un pequeño compresor sobre uno de sus pilares hasta que encontró el número exacto y toda la estructura empezó a crujir. Así de potente es, un multiplicador exponencial del esfuerzo.
Mi teoría es que también aplica a otros aspectos humanos. Vibramos en muchos otros niveles: químicos, hormonales, olfativos, humorísticos, intelectuales. Nuestra fascinación por las personas carismáticas, la transferencia psicoanalítica y las revoluciones sociales son algunos ejemplos. El caso más simple es el del amor, presente en lo fraternal y lo sororo, y por supuesto en lo romántico. Lo último es tan reconocible que no entiendo cómo Hertz no empezó por ahí. Ya fue descrito vastamente en gigas y gigas de textos a tal punto que parece no valer la pena ahondar, pero sí, porque son los responsables de esos nervios enormes al hablar con quien te gusta, de esas torpezas, de ese repaso de todo lo dicho, de la corrección a posteriori que nunca será expresada, del no lo puedo creer, del estoy loco por vos, de la fascinación, de la magia. La opuesta también es cierta, y en criollo se dice no hay que gastar pólvora en chimangos.
Lo verdaderamente llamativo es la segunda parte. Excitado en su punto climácico, todo se rompe. Por eso no conocemos las notas puras, porque el instrumento desde el cual saldría para expresarla se tendría que romper. Llevado a mi teoría, la clave de vibrar alto y vivir para contarlo es acercarse al amor ideal infinitamente, en su límite. Tender a conocerlo sin nunca llegar a hacerlo. Si no, le sucede lo que a las copas de cristal cuando cantaba Farinelli. Por eso bien podría este texto haber sido una oda a la imperfección amable, a la incomodidad suave, a la agradabilidad de un domingo medio aburrido, al sano picor de sentir un poco de celos, a las geminianas, a las combinaciones agridulces. Porque lo bueno, si es un poquito largo, dos veces bueno.