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03 octubre, 2007

Se ve desde abajo

Encontré al portero del edificio cuando estaba por subir a mi departamento. Le recuerdé recordé que el piso del mismo, luego de la inundación, había quedado completamente arruinado. De hecho no era lo único con lo que convivía en dicho estado: el baño había resistido con su propia integridad la caída del techo de la vieja de arriba (cachaca, que dure). Por supuesto, yo también estaba como el baño.
Me aislé en la cocina a desempacar las valijas del traídas del supermercado. Lo de siempre: unas pascualinas, latas de conserva, palitos salados y un fernet. Siento una pequeña alteración de reposo atrás mío, movimiento. El portero estaba, ya, pasandole un secador con un trapo.
-Qué cagadón, ¿eh?
-Ni que lo digas.
Debo haberme olvidado de echarle llave a la puerta. Los porteros tienen la cualidad de, literalmente, entrar en confianza. Debe ser el efecto de recoger nuestra basura todos los días. Luis se llamaba, como casi todos los porteros, pero a diferencia de algunos era un alcohólico arruinado cuya ahora ex mujer lo había dejado por un ahora ex vecino. Ni me imagino como tendrá la cabeza de hacérsela pensando en las veces que juntó los forros usados de ellos. Ahora estaba solo. Hablar con él era bastante agradable, silencioso. En cierto punto estoy seguro que sabía que su rutina de churrasco, vino y televisión no le interesaba a nadie.
Llovía. Doy gracias a la mismísima suerte (a Dios, si se quiere) por haber tenido acceso a esa habitación mágica. Otros errores de cálculos de los constructores del edificio habían conseguido que mi habitación tenga un techo de acrílico que despejaba la visual hacia el paraíso. Demás está decir lo hermoso del paisaje cuando las gotas de agua rompían contra él. Me tiré entre la ropa desparramada a contemplarlo, una vez más.
Recuerdo que me agarró un poco de sueño. El ruido de un trueno bastante cercano retumba adentro mío, pesado, y otra vez sin demasiado sentido me despiertan voces desde la otra parte del departamento. Mateo, que acababa de llegar.
- En un rato cae el resto, ya está todo arreglado.
- Buenísimo.
Se trataba de una de esas improvisaciones en las que no se consulta al más afectado, o sea, a mí, pero no importaba: se hacía o se hacía.
Me parece reconocer a Yamila en una de las que lo acompañaban. No, no tiene los ojazos celestes de la otra, aunque sí es morocha y tetona. Compañeras de la facultad, según me enteraría después.
Me acerqué a saludarla a la noYamila, parecía simpática. Y justo ahí, en ese instante que cambia el hasta ese entonces silencio eterno por ruido, me desperté.

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Foto original por NZ Alex

1 comentario:

Dale, batí la justa (o la injusta):