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19 diciembre, 2006

Siempre fue un juego

Ya ni me acuerdo cómo empezó. Ah, si. Estábamos en el supermercado aprovisionándonos de alimentos. Cenar era necesario todos los días, pero las necesidades, por momentos, son olvidadas. Al parecer no iba a ser una de esas noches.

José escuchó ese tema ochentoso y se puso a bailar. No hubiese sido para nada gracioso si el Gato no lo hubiese seguido. Los dos juntos, asombrosamente, comenzaban a quimicar su humor. Nunca había pasado, los encuentros siempre eran fugaces, no alcanzaban para vincularse.

No hubo más tiempo. Debimos partir antes. El partido en cualquier momento comenzaba. Sea como fuere, en un momento me encontré con ambos en el auto del Gato. Estaba esa señora fea que limpiaba su casa. Los años de trabajo se le notaban. Lástima, no hubiese sido tan fea de otra forma. La hija era la mejor prueba, y, tal vez escuchando mi ojalá, accedió a venir al partido con nosotros. Victoria. Trajo a su gorda y rubia amiga, que me miraba con ganas de que le devuelva eternamente la mirada. No iba a pasar. A mi me gustaba ganar. E iba en el asiento de adelante, y yo atrás con V. La tenía al lado. Podía olerla, muy rico.

Nunca había asistido a un encuentro futbolístico en un anfiteatro tan deforme. La cancha de salón estaba bien, al menos los jugadores tendrían una cosa menos de qué quejarse. Las butacas eran cómodas pero estaban detrás de la popular. Era evidente que ni bien comenzado el partido todos nos pondríamos de pie para evadir visualmente a los populares, cual políticos. No nos preocupó, dejamos las cosas en las butacas más traseras.

El encuentro fue casi mágico: mientras el resto de nuestros acompañantes (¿adónde se había metido la mujer fea?) salían por el salón, Victoria entraba a dejar su campera, y fue en ese momento, cuando dejaba caer la campera sobre el respaldar del que sería su asiento, cuando nos besamos. No se si yo la besé primero o ella me besó primero, porque no se si yo la avasallé o ella me avasalló, aunque ninguna de las dos, y creo que fui yo. La rubia iba a tener que ser acompañada por José. Más tarde Victoria me confesaría que sus planes originales eran al revés. José siempre era preferido, pero a veces perdía por su desprecio, y otras porque tenía ganas. Tampoco se cuál fue esta vez.

El lugar se volvió más deforme cuando me quedé solo. Las nuevas habitaciones no tenían ningún tipo de sentido. ¿Para qué alguien querría una cocina o un baño privado en ese lugar? Ni siquiera traté de entenderlo. Tampoco tuve tiempo, las rocas pronto cayeron sobre la puerta de entrada (o de salida) y la salida (y la entrada) estuvieron vedadas. Qué lástima, hubiese querido avanzar con la ganancia. Me quedé esperándola, pero nunca pasó. Aseguré la entrada-salida con una puerta de madera que encontré contra una pared, pero al hacerlo la pared que rodeaba el agujero por donde pasa la gente se hundió: era como de yeso o cartón. Recién ahí comprendí que se podía tratar de una escenografía.

Al tiempo apareció el Gato con su primer misión: robarme el cepillo de dientes y el dentífrico. Como no entendí las reglas de inmediato dejé que se los llevara. En cuanto vi al trajeado que dictaba los objetivos ya era tarde. Me quedé esperando. La segunda misión no sería tan fácil de cumplir. Ahora los dos tenían que entrar. Esta vez escuché las instruccciones. El Gato debía escupir todo lo que encuentre en su camino, y si estaba ahí adentro es porque era mío, y si era mío no debía ser escupido. Rápidamente agarré su bolso y la primer cosa electro-tecnológica en él, creo que era un cargador de baterías. Lo amenacé con tirárselo al inodoro. No, que no hagas eso. Además no es mío. Qué cómo que no va a ser tuyo si tiene rayado Gato. Escupí una cosa más y lo tiro. El trajeado no repitió la misión, pero el ya la sabía. Escupió la cama, y prácticamente en simultáneo tiré el cargador. José se enojó: era solo un juego.

1 comentario:

  1. Quimicar! : D

    No entendí del todo el cuento, pero me encantó el neologismo...

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